ANÁLISIS DE LAS INSTITUCIONES
Extractado de
Frigerio, Graciela y Margarita Poggi: Las instituciones educativas.
Cara y ceca
Para comenzar a mirar nuestras propias instituciones, es importante
reconocer algunas categorías explicativas que nos permitan ampliar nuestro
horizonte a la hora de pensar en el lugar en donde se desarrollan prácticas
cotidianas y muchas veces naturalizadas.
Para ello, el análisis de Graciela Frigerio y Margarita Poggi, parte de
considerar a las instituciones como espacios atravesados por múltiples
negociaciones. Desde esta perspectiva, las instituciones no son pensadas como
mecanismos en los cuales los actores son parte de un engranaje sino como
permanentes construcciones en la que ellos mismos habitan y a la vez son
habitados. Es decir como actores que, en la relación con otros y con la
institución misma, construyen la cotidianeidad, se relacionan de modo distinto
frente a los mandatos, desarrollan diversas modalidades frente a las zonas de
incertidumbre y se posicionan con relación al poder.
En este sentido, se parte de considerar al poder como uno de los ejes
principales para pensar en nuestras instituciones. Este reconoce distintas
fuentes, conlleva conflictos y requiere una negociación para la gestión. De ahí
la perspectiva, de estas autoras, de presentar algunas consideraciones acerca
de las relaciones entre los actores y las tensiones que se presentan en el
campo de lo institucional.
La relación
de los actores con la institución
Toda la vida de los sujetos transcurre en instituciones: algunas se
constituyen como espacios de tránsito obligado (familia y escuela por ejemplo)
mientras que otras son de pertenencia voluntaria (clubes, partidos políticos).
Pero lo que ambas tienen en común es que se inscriben en el campo de lo
individual, de la subjetividad, dejando sus marcas y huellas a las que los
actores les dan su propio sentido, creándolas y recreándolas constantemente en
la vida cotidiana. Desde este lugar, individuo e institución se requieren y
construyen mutuamente en un vínculo de permanente intercambio.
Pero ¿qué es aquello que caracteriza la relación de cada sujeto con la
institución?. Para dar respuesta a esta pregunta es necesario remitirse al
concepto de institución ligado a la idea de lo establecido, de lo reglamentado,
de la norma y la ley. Estas nociones, a su vez, remiten a diferentes
cuestiones. Por una parte a la ligazón necesaria que debe existir para que
estemos “sujetados” a las instituciones; y, por otra, también pueden asociarse
a cuestiones como el disciplinamiento (como regulación de comportamientos) que
se propone cada institución.
Si bien cuando pensamos en normas y leyes puede aparecer una connotación
negativa, las reglas son necesarias en las instituciones en la medida en que
abren el espacio para que se pueda cumplir con una función específica. Pero
también se justifican si favorecen y facilitan la realización de una actividad
significativa.
Otro punto importante a señalar es que en la relación que establecemos con
la ley se entretejen aspectos objetivos y subjetivos. Los primeros se encarnan
en la norma tal como está formulada; mientras que los segundos se vinculan al
campo de las representaciones que interiorizamos acerca de esas normas, cómo
las valoramos y entendemos.
Objetiva y subjetivamente la ley tiene un doble carácter. Por un lado,
delimita las prohibiciones (es decir impone, constriñe, reprime). Por el otro,
ofrece seguridad y protección. Este interjuego entre la prohibición y la
protección da cuenta del carácter ambivalente que poseen las instituciones en
su dinámica y que se traduce en relaciones entre los actores y la institución,
sesgadas por un doble movimiento (simultáneo y contradictorio) de atracción y
repulsión.
Otra de las tensiones que aparecen en toda institución es la que se
establece entre zonas de certidumbre y de incertidumbre. Las leyes y las normas
tienen el propósito de volver previsibles los comportamientos de los actores,
es decir, de establecer zonas de certidumbre. Pero como no es posible prever el
conjunto de conductas requeridas para el desempeño de cualquier rol, las normas
siempre dejen zonas de incertidumbre.
Para cada actividad es necesario el mínimo de certezas que nos aseguren el
encuentro con otros y la realización de las tareas, pero al interior de ese
marco se hace necesario que aparezcan intersticios para la libertad de los
actores.
Actores y
poder
Múltiples sentidos se le han asignado al concepto de poder pero ¿Qué
entendemos por poder en nuestras instituciones?. A veces, está relacionado con
los lugares formales y en particular, con las cúpulas que dirigen las
instituciones, organizadas piramidalmente. Sin embargo no siempre el poder esta
allí. Las redes informales de una institución dan cuenta de cómo se ha
distribuido y concentrado el poder en las prácticas cotidianas de la
institución.
Desde esta perspectiva, el poder remite a las relaciones de intercambio
entre los actores institucionales y no tiene existencia por sí mismo sino en
una red de relaciones:
“Podemos
decir que un actor o grupo de actores posee poder cuando tiene la capacidad de
hacer prevalecer su posición o enfoque en la vida institucional, de influir en
la toma de decisiones, obtener reconocimiento, espacios, recursos, beneficios,
privilegios, cargos o cualquier otro objetivo que se proponga”. [1]
Siguiendo esta línea de análisis del poder, pensar en relaciones de
intercambio asimétricas implica reflexionar acerca de las diferentes zonas de
clivaje [2] presentes en las
instituciones. Un primer clivaje es el que separa a los agentes de los usuarios. Los agentes son aquellos que se dicen representantes de la institución
(los que hablan en su nombre); los usuarios, por su parte, están constituidos
por el grupo de actores a quienes se intenta imponer la disciplina (norma, ley)
institucional.
Los modos particulares en que en cada institución aparecen los clivajes y
como se posicionan los actores frente a los mismos, configurará distintas redes
de poder. Conocer las zonas de clivaje es sumamente importante porque permite
que los actores institucionales puedan reconocer lugares desde los cuales
trabajar para desarrollar acciones que tiendan lazos para articular lugares de
posible fractura.
Los clivajes institucionales están relacionados con el hecho de que en cada
institución, cada actor y grupo de actores, hace uso de una fuente de poder.
Estas pueden estar provenir de diferentes lugares, entre ellos: el conocimiento
de la normativa, la posesión de medios de sanción, el manejo de los medios de control
de los recursos, el acceso a la información, el control de la circulación de
las informaciones, la legitimidad que emana de la autoridad formal, la
competencia técnica.
Actores y
conflictos
Los conflictos constituyen un aspecto sustancial a tener en cuenta en las
organizaciones ya que inciden de forma determinante en el desempeño de los
actores en la institución. Según estas autoras, en toda institución el
conflicto es inherente a su funcionamiento, a su propia dinámica.
Uno de los aspectos a tener en cuenta para entender el tema de los
conflictos se relaciona con la multiplicidad de estrategias que los actores
institucionales desarrollan, consciente o inconscientemente, con el objetivo de
satisfacer sus deseos y necesidades personales y profesionales. Desde este
lugar, resulta lógico reconocer que muchas de estas estrategias diferenciadas
entran en pugna y muchas veces se hace muy difícil llegar al punto de poder
conciliarlas.
La posibilidad de resolver estas diferencias se relaciona con las capacidades
de cada institución para satisfacer los intereses, con las características de
su cultura institucional, con la forma de asignar los recursos y con los modos
en que históricamente han resuelto los conflictos.
El carácter
de los conflictos: lo previsible, lo imponderable
Para reflexionar e identificar los conflictos en nuestras propias
instituciones, Frigerio y Poggi plantean una clasificación que los agrupa,
según su carácter, como previsibles e imponderables.
“Consideramos
previsibles a aquellos conflictos recurrentes en las instituciones; es decir
que podemos anticipar su aparición. Estos conflictos suelen alterar el
funcionamiento de la cotidianeidad pero no necesariamente conllevan o aportan
alguna novedad” [3]
Como ejemplos de este tipo de conflictos se pueden encontrar aquellos
relacionados con los planos de clivaje, así como también aquellos que derivan
de las zonas de incertidumbre dejadas por las normas, a partir de las cuales
los actores despliegan diferentes estrategias que muchas veces suelen
enfrentarse.
“Entendemos
en cambio por imponderables a aquellos conflictos que ‘hacen irrupción’ y son
novedosos en las instituciones” [4]
Estos conflictos pueden adquirir dos caracteres diferentes. Por un lado,
pueden ser retroversivos que se asocian al deseo de retorno a momentos previos
de la historia institucional, o por el contrario pueden ser proversivos, es
decir, que apunten a proponer un proyecto innovador para la institución.
El posicionamiento
de los actores frente a los conflictos
En relación con el posicionamiento, según Frigerio y Poggi, se establecen
cuatro modalidades:
· El conflicto es ignorado: son aquellos
problemas o dificultades que no se representan como tales para los actores
institucionales.
· El conflicto se elude: el conflicto es
percibido por los actores pero se evita que aparezca claramente explicitado.
· El conflicto se redefine y se disuelve:
en este caso el problema pierde la importancia que tenía, deja de obstaculizar
la tarea y la situación evoluciona. Este caso se produce cuando las personas
establecen acuerdos en función de ciertos objetivos compartidos; si bien el
conflicto no se resuelve se aprende a operar a pesar del mismo.
· El conflicto se elabora y se resuelve:
en este punto se reconoce a los conflictos como parte de situaciones en las que
entra en juego el poder y para ello en pos de la resolución del conflicto, se
plantean alternativas consensuadas para la resolución del conflicto.
¿Porqué pensar en nuestro posicionamiento frente a los conflictos?. Para
reconocer cuales son los más habituales y trabajar conjuntamente en la
posibilidad de anticiparnos a ellos, para analizar los modos que tenemos de reaccionar
frente a los problemas y para construir alternativas creativas y flexibles que
nos posibiliten pensar en las soluciones.
LA
PARTICIPACIÓN
“Entendemos
por participación al conjunto de actividades mediante las cuales los individuos
se hacen presentes y ejercen influencia en ese elemento común que conforma el
ámbito de lo público” [5]
A partir de esta definición de las autoras, podemos decir que la
participación genera el desarrollo de sentimientos de pertenencia que
posibilita afrontar situaciones de crisis y de cambio. De allí el que se
considere a la participación como un mecanismo clave en la organización de las
instituciones y en los fines que éstas persiguen.
¿Porqué es importante la participación?. Porque implica reconocernos con el
derecho en los procesos en los cuales se toman las decisiones que afectan
nuestra vida, porque implica la necesidad de comprometernos para poder llevar
adelante cualquier proyecto institucional, porque resalta la necesaria
contribución a un régimen democrático.
Niveles y
formas de participación
El análisis de estas autoras considera dos formas principales de participación:
· La indirecta: se concreta en la elección
de representantes, es decir, en aquellas personas en las que se delega la tarea
de considerar alternativas y decisiones para toda la sociedad.
· La activa o directa: es aquella que
supone la intervención del individuo en la gestión de la pública. Se pueden
distinguir cinco niveles de participación activa o directa:
*
Informativo: implica un rol pasivo de los actores ya que sólo se limitan a
estar informados, a conocer y por ende capacitarse.
* Consultivo:
se requiere a los individuos o grupos su opinión respecto a la conveniencia o
no de tomar ciertas decisiones. En general no posee carácter vinculante porque
influye y condiciona las decisiones pero no actúa en la determinación de las
mismas.
* Decisorio:
los actores participan como miembros plenos en los procesos de toma de
decisiones.
* Ejecutivo:
El rol de los actores está dado a partir de la concreción de decisiones
previamente tomadas.
* Evaluativo:
Implica participar a partir de evaluar y verificar lo realizado por otro.
Obstáculos y
límites a la participación
Los límites en la participación se relacionan principalmente con las
posibilidades y la capacidad de los actores de intervenir en espacios que se abren
al diálogo en la institución. En este sentido, el interés por participar se
relaciona con tres cuestiones fundamentales, según el análisis de estas
autoras:
· Condiciones históricas (vinculadas a la
escasa tradición de los mecanismos participativos y de la búsqueda del consenso
en la toma de decisiones).
· Condiciones socioculturales (se refieren
a los condicionamientos y a las restricciones que pueden tener determinados
sujetos para participar, como por ejemplo el nivel de instrucción)
· La dinámica institucional (la
complejidad de los procesos institucionales muchas veces requiere de decisiones
e intervenciones que se pueden someter a discusión a través de mecanismos
participativos)
A partir de esta serie de discusiones y reflexiones cabe comenzar a
preguntarnos cómo podemos promover procesos que tiendan a facilitar y favorecer
la participación en nuestras instituciones.
Notas:
[1] Frigerio, Graciela y Poggi,
Margarita. “Las instituciones educativas cara y ceca”. Cap. 3: Actores,
instituciones, conflictos. Ed. Troquel. Bs. As. 1992
[2] El término clivaje proviene de la
química y designa, en los cristales, los distintos planos y zonas donde la unión de los átomos se vuelve más débil. Es decir, que
estas zonas se constituyen en posibles planos de ruptura o fractura.
[3] Idem 1.
[4] Idem 1.
[5] Idem 1.